“Cuando el niño destroza su juguete parece que anda buscándole el alma”. Esta frase del escritor francés Victor Hugo revela lo que tienen los juguetes artesanales, los de toda la vida: un espíritu propio. Nada más acceder al Museo de la Muñeca de Onil la atmósfera nos lleva a otra época, en la que cada detalle era importante. Tener una muñeca no estaba al alcance de todo el mundo y cada una de ellas era especial, tenía vida propia.
El edificio que alberga este museo de la localidad colivenca está dedicado al mundo de la muñeca. A través de la historia, las imágenes, paneles informativos y, cómo no, las muñecas, los visitantes pueden observar una evolución de más de 140 años de existencia de la muñeca en España.
La planta inferior está dedicada a la fabricación de las muñecas, al arte que hizo que Onil fuera la primera industria de muñecas de España. En ella, unas fotografías muestran un proceso laborioso que terminaba en una verdadera joya
con cabeza, brazos y piernas. Una sala de la planta transporta a los turistas a los antiguos talleres de creación.
Moldes de diferentes materiales, utensilios para dar forma a las muñecas y bocetos hechos a lápiz muestran el trabajo del artesano. Un poco más moderno, las máquinas para coser el pelo y los ojos con movimiento propio demuestran
que la industria ha sabido modernizarse y adaptarse a los tiempos.
Unas escaleras en espiral nos transportan a un segundo nivel del edificio, pero también de la experiencia que supone la visita al Museo de la Muñeca de Onil. Las múltiples estancias del espacio están dedicadas cada una a una época distinta, en creciente evolución. Las sillas y mesas están ocupadas por cada una de estas ‘pequeñas personitas’ que con sus miradas parecen invitar a quien quiera a conocer cada una de sus historias.
Para conocer mejor el por qué de cada muñeca, el museo abrió recientemente una sala con audiovisuales. En las visitas guiadas pueden hacer el recorrido de la historia a través de la experiencia sensorial de estos materiales, y precisamente en esta narración es indispensable hacer un alto en el camino al hablar del artífice de que Onil sea conocido por esta industria.
Ramón Mira Vidal fue el pionero. Fue el cerebro. Sus constantes viajes alrededor de España, debido a su oficio en el Tercio de la Guardia Civil, llenaron su cabeza de ideas. Fue capaz de visualizar que los juguetes extranjeros triunfaban entre la infancia y por eso se decidió a crear la primera muñeca española en 1870. Nada que ver con lo que después serían, ya que la ‘primogénita’ medía 10 centímetros y estaba hecha de barro. Para lograr una muñeca más consistente y que pudiera ser de mayor tamaño, su ingenio le lleva a fabricarlas con una pasta especial. Fécula de patata, harina, serrín y corteza de pino son los materiales que dieron en el clavo para poder moldear todo tipo de muñecas. Un autorretrato del pionero español duerme junto a sus muñecas en el museo.
Precisamente después de conocer la historia de Ramón Mira y aquellos que continuaron su legado, el Museo de la Muñeca de Onil dispone de dos nuevas salas con más muñecas añadidas a la vasta colección local. Sus vitrinas y estantes conservan auténticas obras de arte hechas de los distintos materiales utilizados por los sucesores de la industria. El barro, el papel maché y la gacha se utilizaban en el proceso de fabricación de estas joyas infantiles. Nombres propios como Guendolina aparecen en estas salas en las que las miradas tiernas de las muñecas abren paso a los visitantes que recorren cada una de las estancias.
Nenuco, Nancy, Barriguitas… los nombres propios y las empresas que han continuado la tradición de fabricar muñecas llenan las salas de vida. Cada vez con más detalles en sus vestimentas, con rasgos faciales más naturales, con expresiones propias de un infante humano.
El viaje por el Museo de la Muñeca de Onil no termina en esta planta. Un piso más arriba, la escalera en espiral nos eleva a una sala dedica a Playmobil. Un mundo fantástico en miniatura copa el centro y los laterales de la estancia. Casas, animales, personas, coches, helicópteros, barcos, cohetes, aviones… todo vale en un universo de que encanta a los más pequeños.
Sus caras de fascinación al ver el colorido mundo de los ‘clicks’ les llena la cara de ilusión porque, ¿quién no ha imaginado alguna vez hacerse de ese tamaño y convivir con estos entrañables seres de brazos y piernas inmóviles pero con la misma alma interior que una muñeca?
Volviendo a la frase de Victor Hugo, el Museo de Onil posee un alma que vale la pena descubrir. No se trata de destrozar el juguete para buscarla, basta con visitar cada uno de sus rincones y empaparse del espíritu de cada pieza y del orgullo que supone cada muñeca para los habitantes de Onil.